Entrevista con Esteban Gumucio, ss.cc.Publicado en la Revista Mensaje, en noviembre de 1999

 

 BIENAVENTURADOS LOS MANSOS

 “Es muy importante recordar que instaurar la paz tan necesaria no se hace sin los humildes y sinceros pasos de la justicia que nace del amor”. Estas son palabras proféticas de Esteban Gumucio, sacerdote y escritor, quien habla de derechos humanos y de la tercera edad, en el año del Padre. Paz Escárate Cortés, periodista  Hoy Esteban Gumucio es vicario de la Parroquia San Pedro y San Pablo de la comuna de La Granja. Con ochenta y cinco años, sigue regalando su vida a los pobladores del sector sur de Santiago. Esta mañana de primavera, Esteban no usa bastón. Con pasos algo temblorosos, muestra el jardín que cultiva en la casa de la comunidad de los Sagrados Corazones. En medio de los árboles y las flores cultivadas por el religioso, está el oratorio, lugar donde se encuentra a diario con Jesús sacramentado para entrar en comunión. Cuenta con voz clara que este es para él «un momento importante, donde se hace explícita la unión con el mundo, con la gente, con los misioneros, con los que sufren, con los que no creen». Esteban lleva con sencillez y alegría los modos que la tercera edad le ha traído. En su dormitorio, la luz de la mañana realza la simpleza de los objetos que posee: un cuadro de Jesús y María, un crucifijo y una radio vieja. Estos son testigos de una conversación que se inicia recordando a sus padres como modelos. «Ellos me transmitieron por vida más que por discurso, la fe que tengo. Aprendí a orar viendo a mis padres. Dios era el interlocutor de la mamá y del papá. Son impresiones del Señor que se me grabaron hasta el día de hoy», cuenta. Cuando habla de sus primeras experiencias de dolor, la figura de su madre vuelve a estar presente. «En mi infancia vivimos un gran dolor cuando se separó la familia por el exilio del papá, ya que pasaron seis meses para que pudiéramos reunimos con él en Bélgica. Ese dolor fue dulcificado por la mamá, ella nunca lloró delante de nosotros. Uno descubría que había llorado después de leer las cartas que se escribían con el papá continuamente[1]”. En el colegio, el padre Esteban descubrió la pobreza y su dolor: «Tenía quince años cuando visitábamos los cites donde vivían las viejitas, iba todos los miércoles a visitar a dos o tres. Ahí conocí el dolor ajeno, el de los pobres y ancianos». Su mente sigue recorriendo los años. Cuando habla de quienes vio sufrir durante la dictadura militar, sus ojos no se apartan de la emoción… el silencio se instala en sus palabras. Silencio que es desplazado nuevamente por su voz calmada, que pone de manifiesto a la comunidad como maestra para sacerdotes: «Ella te va traspasando los dones de los demás de la misma manera en que uno se forma en la familia, es decir, sin discurso ni fecha de calendario». Agrega que en esta última etapa, las comunidades de base de la parroquia lo han marcado mucho. «Ahí uno descubre tanta acción de Dios maravillosa, tanta gente increíblemente buena y generosa. Es como un tesoro que se le da al sacerdote; por ser la persona que recibe tanta confidencia, uno conoce la vida por dentro. En eso sigo formándome con gozo», afirma. El pan y el silabario Mensaje: ¿Cuáles son las fuentes de vida de las cuáles usted bebe? Esteban Gumucio: Mis fuentes son la lectura de la Sagrada Escritura en oración; la misa, la adoración al Santísimo, la vida de comunidad y escuchar a las personas. No hay día en que no me tope con gente valiosa. En un grupo de la parroquia, hay una señora que se siente muy amada de Dios porque puede servir. Su marido trabaja y mientras los niños están en el colegio, ella decidió voluntariamente cuidar viejitos solos. Ella les hace el almuerzo y los acompaña. Una viejita la reta todo el tiempo. A veces a ella le dan ganas de ‘tirar la esponja», pero no lo hace porque dice que el Señor la tiene ahí. Cada día uno se encuentra con Dios. En el ministerio, uno tiene el pan a la mano y a cada rato. Hace poco se murió un viejito que había sido recogido de la calle por donde andaba perdido. Una señora se lo llevó a su casa y con su marido lo cuidaron como si hubiera sido el verdadero abuelo de los niños. Así pasaron quince años, los niños nacieron y se criaron con este señor que no hablaba mucho porque no sabía nada de nada. Esos son monumentos de caridad que están ahí y que uno los va descubriendo en la medida en que Dios los regala. M: ¿Cuál ha sido su relación con Dios Padre? E.G.: En la infancia, por el lado de mis padres, estaba el Dios que nos ama, que hizo lindas las cosas y la creación. Simultáneamente, había una Biblia ilustrada en la casa, que tenía dibujos de Dios Padre como si fuera un veterano terrible. Eso también era parte de mi imaginación. Pero a medida que fui creciendo, la amistad con Jesús me fue cambiando ese rostro de Dios por el de la misericordia. M: ¿Cuál cree que es la mirada de Dios Padre sobre el problema de derechos humanos que vive Chile hoy? E.G.: Estamos con un problema grueso y definido: hay un sector de la sociedad que no reconoce haber hecho un mal en todos los años de la dictadura. Ayer estaba con una persona que fue torturada y con qué espíritu cristiano quiere perdonar, pero tiene la experiencia y eso la hace luchar por la justicia. Mi esperanza es que alguna de las personas que le bajan el perfil al tema, sea ayudada a ver, porque no creo que sea por maldad que no vea. Son intereses egoístas que están alimentados por el mundo que los rodea. Me gustaría que esas personas sintieran el dolor humano en los demás. Lo terrible de esto es que uno tiene una teoría abstracta: los cristianos tenemos que reconciliarnos. Está claro que no puede haber reconciliación si uno de los dos dice que no hay de qué reconciliarse y niega lo ocurrido. Entonces hay un punto que no se puede solucionar echándole pasta encima. Yo he visto personas que no han ofendido, ¿qué tienen que ceder ellos? A mí me molesta cuando se equipara. Más encima uno dice que no hay de qué pedir perdón y el otro se tiene que aguantar su muerto, su torturado; eso no me parece que esté en la voluntad de Dios. Decir que de todas maneras nos reconciliemos, es decir una fórmula. ¿Qué podemos hacer nosotros? Creo que la verdad está primero. El testimonio firme es siempre fecundo. Me refiero a la verdad, pero no a la odiosidad. Por último que se perdone a los culpables, pero que sepamos la verdad. Yo no sé más, no sé qué decir. Trato de respetar a la gente que —de buena fe, creo yo— piensa lo contrario, porque no ha tenido la experiencia y ha oído lo contrario.  El padre Esteban habla con fuerza, pero sin dejar de lado su tono pacífico. Habla como respondiéndose a sí mismo, con la honestidad de un pastor. Viejo contento Tata Esteban, lo llaman sus amigos más jóvenes. Él dice que «es una audacia involucrarse con la juventud, porque es de otro mundo. A mí me ha pasado mucho y no porque lo haya buscado. Ellos me buscaron y yo no me negué, no me he acomplejado». Agrega audacias a su lista: «Otra es no cuidarse tanto. Toda la gente cuando se despide me dice que me cuide mucho y yo les digo que me voy a cuidar sólo un poquito. Si no, uno se regalonea y se va la actividad en uno mismo. Hay que dar todas las pilas que todavía uno tiene, eso te hace joven y hace pasar la vejez más positivamente». M: ¿Qué lo llevó a escribir el libro Tercera Edad, un llamado de Dios? E.G.: Quise ayudar a los ancianos que se repliegan sobre sí mismos, sufren con sus limitaciones, se enclaustran y se vuelven duros con los demás; sobre todo con los más jóvenes porque creen que antes todo era mejor.  Personalmente, ir envejeciendo fue una experiencia que llevé a la oración. Ir acercándose a la muerte es un regalo. Si creo en Dios que me ama, creo que cada etapa de la vida tiene su gracia y su carisma como, por ejemplo, ser acogedor. Los abuelos no tienen tanta responsabilidad de corregir a los nietos, sino de regalonearlos y hacerlos felices. Entonces yo también me siento llamado a ser así, el Señor quiere que vea lo bueno, que admire todo crecimiento. Me di cuenta que mirar las cosas con los ojos de Dios es una gran felicidad. Soy un viejo contento. El segundo carisma está en disfrutar los detalles de la vida. Cuando uno no está tan exigido por la actividad, hay más tiempo para oír cantar un pajarito y ver a los niños jugar. Ese encanto hay que gozarlo, aprovecharlo y dar gracias a Dios. Me di cuenta que el optimismo y la alegría personal le hacen bien a la gente, le dan más esperanza. Se trata de no ahogarse con los problemas, con los dolores del corazón; no quejarse porque no lo llaman o no lo toman en cuenta en la casa. Dejar de lado todo ese asunto melancólico.  M; Como sacerdote de la tercera edad, ¿cuáles son sus herencias? E.G.: Más que herencias, creo que son semillas. Como la parroquia, que ahora son dos: San Pedro y San Pablo y Damián de Molokai. Uno sin darse cuenta, con palabras, actitudes o hechos, va sembrando y en la vida misma se alcanza a tener brotes. De repente, uno se encuentra con una persona que dice: Usted no sabe lo que me acuerdo cuando decía ‘los que estén listos mañana a las ocho, van de paseo conmigo’. Creo que esas son felicidades que trae la paternidad de los sacerdotes. Yo renuncio a tener un hogar propio, me va a doler toda la vida no tener nietos. Pero uno ha ayudado a una persona en un momento de su vida, lo que significó desarrollo y consuelo. La gente tiene mucha gratitud. Enamorado de su Señor, el padre Esteban aprende a vivir y a morir. «Cómo se aprende a morir… Para mí explícitamente ha sido en la oración; como soy muy vital, no me imagino morir. Le pedí al Espíritu Santo que me ayudara a pensar la muerte desde Dios. Entonces puedo decir que el límite del ser humano es parte de su ser. Dios me hizo limitado, entonces como una flor es hermosa por sus límites, también el contorno de la vida humana es hermoso, es Dios quien lo ha querido así. Y Dios no quiere las cosas porque sí, las quiere porque son buenas, porque tienen futuro. Poco a poco he ido aprendiendo y tomando con humor los avisos: las enfermedades, los dolorcitos, las impotencias de moverse. Así voy aceptando la muerte, no con alegría, pero casi. Ya no con miedo en todo caso, porque empecé con harto miedo. Uno no le tiene miedo a la muerte, sino a las enfermedades de la muerte, pero el Señor dará fuerzas.  Ahora tampoco quiero morir; si el Señor me quiere regalar vida, encantado. Pero si llega la muerte, sé que es parte de la vida. Y la promesa de Dios está clara como Palabra, porque no sé cómo es, pero yo le creo. Creo en la vida eterna, estar con Él debe ser maravilloso. Cuando era niño me imaginaba que la eternidad era una mesa grande con helados, dulces, tortas y uno no se cansaba de comer. Ahora no tengo imaginación de la vida eterna, es Dios no más, el Señor». Esteban sacerdote, autor del poema «La Iglesia que yo amo», jardinero del alma de los pobres y cartero de Dios, escribe una bienaventuranza que bien se puede aplicar a su vida en la parroquia San Pedro y San Pablo:  «Bienaventurados los viejos que saben contar cuentos a los niños, echar migas a los gorriones, regar las flores, mirar con gozo los juegos de los pequeños y hablar del Dios de la bondad y la misericordia, porque ellos serán reconocidos en el Reino de los Cielos». 

ES BUENO SER VIEJO «…Quisiera ser silencio acogedor para los que están cansados del mundanal ruido.Quisiera ser brasa ardiente debajo de mis cenizas, para los que sienten frío en el alma.Quisiera aprender el lenguaje interno de los desesperanzados, para interpretarlos en versión nueva del Evangelio.Quisiera descifrar las largas penas mudas de los pobres.Quisiera envolver mi corazón con los sueños de los jóvenes y acompañarlos, por lo menos, con ojos caminantes.Quisiera aplaudir la valentía de los niños, que saltando, desafían las olas y ponderarles sus hazañas.Quisiera siempre decir sí a tus invitaciones, Señor.» Esteban Gumucio, ss.cc. 

     


[1] Rafael Luís Gumucio, Presidente del Partido Conservador, senador y periodista, fue exiliado por la dictadura de Ibáñez. 

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